sábado, 14 de julio de 2007

Me siguen

No desaparecía esa inquietante sensación que recorría su espina dorsal. Desde que pagó el billete en las taquillas y pisó el primer tramo de escaleras mecánicas sentía, sabía, que algo iba a pasar. Solían sudarle las manos en verano, pero no en pleno mes de febrero. ¿Mirar hacia atrás? Sentía cierta urgencia por hacerlo pero la cautela y el miedo le obligaban a seguir mirando cabizbaja los escalones estriados que tenía delante. Al menos había gente que se movía en su misma dirección.

Los 90 segundos más o menos que tardó el metro en venir parecían saltar en el tiempo para quedarse de nuevo parados por unos instantes hasta volver a caminar. Seguía mirando al suelo. Luego chirrido de metal contra metal y una puerta que se abre ante ella. Entró y se sentó en uno de los muchos asientos que había libres. Por la mañana y tantos asientos libres. No era normal. Sentía las axilas empapadas. De vez en cuando echaba miradas furtivas a uno y otro lado y todos parecían normales y sospechosos. Se bajó de un salto cuando un pitido anunciaba el cierre de las puertas una estación antes de la suya. Nadie trató de imitarla aunque dos o tres personas la siguieron con la mirada desde dentro del vagón. Sonriente, caminó por el andén hacia la salida.

Llegó a su portal jadeando y mientras esperaba al ascensor se quitó el abrigo. Su blusa estaba empapada y se pegaba a su cuerpo. Ocho pisos después tintineaba su llavero en la cerradura. Dos cerrojos y dos vueltas la aislaron del exterior. Respiró hondo para tranquilizarse como le habían enseñado. Luego fue a su cuarto y tomó el frasco que reposaba junto a un libro en su mesilla de noche.

Se tomó la pastilla que le tocaba y la que no había tomado la noche anterior. Había sido una locura tratar de dejar la medicación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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