sábado, 29 de septiembre de 2007

Entuertos

El viento de un precioso anochecer maltrataba las hojas del libro, una copia de El Quijote con tapas de piel desgastadas por el uso. Ahora nadie más lo leería y algún día de temporal el mar acabaría tragándoselo. Junto a él, en la arena, yacía el cadáver aún templado del anciano que había pasado las últimas décadas compartiendo su tiempo con Alonso y Sancho hasta formar parte del mismísimo sueño enfermizo de Cervantes.

Tardarían más de cincuenta años en redescubrir la isla a la que Pedro Gutiérrez, natural de Albacete, había llegado como único superviviente del naufragio del Nuestra Señora del Pinar.

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