viernes, 1 de febrero de 2008

Navidad de 2072

Estaba deseando bajar a la bodega a abrir una de las botellas que se había traído de París en su último viaje. Se había prometido esperar hasta el día de Navidad para degustar su contenido, pero del calendario aún colgaban hojas de noviembre.

Se puso la bata por encima de la ropa y, con un candelabro en la mano, se alejó del calor de la chimenea de la biblioteca. Aún no necesitaba bastón a pesar de su edad, pero la escalinata de piedra le inspiraba respeto y la bajó con mucho cuidado. La segunda galería que se abría a la izquierda era su destino. Ahí estaban: cuatro botellas de la campiña francesa, 1995. Tomó una y volvió a la biblioteca.

Dejó el libro sobre la mesita con el vaso de vino y tomó la botella con ambas manos. La acercó a su nariz, presionó el dosificador, y aspiró aquel aire lleno de tierra, hierba y vacas una vez más.

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