viernes, 3 de octubre de 2008

Sueños que se desvanecen

Las tejas ya no le cortaban los dedos como cuando aún tenía manos de señorito. El sol de verano pegaba con fuerza y tenían que bajarse del tejado de cuando en cuando a echarse un cigarro y beber agua bajo el olmo. Luego vencían la pereza -porque estaba el capataz- y volvían a retejar, a ver si acababan antes del fin de semana y para el domingo ya estaban asentados en el siguiente pueblo y cerraban tarde el bar.

Por la noche, ya con la luz apagada y entre ronquidos, pensaba que aún estaba a tiempo de cumplir sus sueños y que escribiría su nombre con letras doradas. Algo dentro de él le decía que así no lo conseguiría. Gracias al cansancio, lo acallaba y dormía.

Muchos años después, con cerca de sesenta, aún se subía a los tejados. Seguía pensando en que algún día lo conseguiría pero se encontraba más cansado y en el fondo sabía que se le agotaba el tiempo. Soñaba con menos frecuencia con el día en que plasmaría su nombre en el libro.

Subió por última vez a la edad de setenta y dos. Mientras ponía los canales de teja árabe sentía un fuerte dolor en el pecho. Sus compañeros le bajaron con cuidado y le recostaron a la sombra de un árbol mientras esperaban a la ambulancia. Supo que ya no lo conseguiría. Ya no. No podría firmar como el hombre que más tejados había retejado en el Guinness de los Records.

1 comentario:

Anónimo dijo...

:( pero habia perseguido su sueño hasta que no pudo seguir soñando.