lunes, 13 de abril de 2009

El escritor

Hoy hace un día precioso. Las gaviotas y los vencejos se dejan llevar por la brisa que sale del mar y el silencio no me grita, no me asusta; susurra quedas palabras en mis oídos.

El día avanza, se enrojece hasta que arden cielo y mar cuando el sol se hunde. Luego todo se enfría y el negror se salpica de estrellas. Paseo por la orilla, la marea está baja y el agua se ha ido a cientos de metros de mi hoguera. Hoy no cenaré peces, no los he pescado, no los he buscado. Prefiero el sabor de las hojas verdes y la dulce fruta.

Saco mi libro y releo unas pocas de sus páginas cochambrosas. Conozco cada palabra, cada pasaje. Viven dentro de mí y son tan reales como el aire que respiro. Puedo ver, oír, oler, saborear y tocar cada detalle que describen, cada secreto que insinúan. Las parí hace muchos años, son mi gran obra maestra; ellas me dieron la fama, el dinero; complacieron mis deseos y aquello que creí desear. Me lo dieron todo y ahora son mi única compañía.

¿Cuándo se hundió el barco? Hace varios años, seguro. No pude salvar a la niña, murió a los pocos días. Se le extendió la gangrena y la devolví al seno de la tierra, isla adentro. Una maleta de ropa inútil, dos botellas de vino que hace tiempo se echaron a la mar y dos ejemplares de mi libro. Ese fue todo mi equipaje.

Y ahora aquí languidezco y siento que el tiempo pasa y que algún día nadie volverá a encender esta hoguera. Y no me importa, no sufriré. A nadie le importa.

El anciano dormía con gesto sereno. Luisa se preguntaba qué pasaba por aquella increíble mente que soñaba a pesar del coma.

1 comentario:

Ñocla dijo...

Me ha encantado. Que nunca acaben los sueños, son los motores de la vida, sin sueños no hay futuro y se acaba la espeanza.