miércoles, 17 de marzo de 2010

Corriendo una cortina

Esa era la última cortina que metía en la lavadora. Se tocó los riñones mientras se estiraba hacia atrás. Joder. Estaba rota. Observó los ventanales de la casa. Lo cierto es que eran lo que más le había gustado cuando fueron a verla. Ocupaban todo el hueco de la pared desde el suelo hasta el techo y eran de cristales rectangulares del tamaño de folios sujetos por una matriz de metal blanco lacado. Las cortinas, ahora más blancas que nunca, eran de una tela tan fina que sólo servían para difuminar la luz, porque el sol entraba y caldeaba el salón forrado de madera de pino.

Los días volvían a tener suficientes horas tras ese primer invierno en el que había estrenado la chimenea que ya había limpiado y fregado y por eso, para quitar el olor y color de la leña, había lavado todas las cortinas. Salió a la terraza a leer su libro mientras terminaba la lavadora. Con un poco de suerte se lo acababa. Trataba de un corredor de apuestas involucrado en una red de blanqueo de dinero y extorsión a empresarios que sufría un accidente del que salía milagrosamente a salvo y se volvía tan creyente que adquiría el poder de curar con sus manos. Era una puta mierda, aburrido, predecible y los personajes planos y arquetípicos, pero era el primer libro que publicaba -para ser sinceros, que le publicaban- a la directora de su colegio y quería pedirle un aumento de sueldo ahora que venían los gemelos. Al menos la mujer tenía talento para ponerles voz a los diálogos y éstos resultaban amenos.

-¡Abre tus ojos como yo he abierto tu alma al Señor! -vociferó Joel sujetando el crucifijo con ambas manos.

Y las lágrimas por ver el primer amanecer de su vida inundaron los ojos de Jenny.


F I N


Cerró el libro con un sonoro ¡flop! y lo dejó en el suelo junto a la mecedora. En fin, podía haber sido peor. Aunque no mucho. La lavadora aún no había comenzado a centrifugar, así que cerró los ojos y se meció arrullada por el suave sol de la primavera.


F I N


Pensó que la suya debía ser la dolencia psiquiátrica más extraña que jamás hubiera existido. Su consciencia transcurría atrapada entre libros anidados; historias sin mayor importancia que tenían lugar unas dentro de otras, y sólo en momentos de gran esfuerzo lograba recuperar el sentido de la realidad y se veía demacrada frente al espejo, viviendo una vida atroz, un infierno en vida del que no sabía cómo salir. Incluso tras suicidarse el problema persistía. Casi ni se enteró de la travesía por el túnel hacia la luz: estuvo entre las desventuras de un desertor del bando confederado de la Guerra de Secesión y una monja ninfómana y pirómana del S. XVIII. Y al otro lado del túnel, con unos animales de una granja que repetían su estúpido nombre con balidos, maullidos, ladridos, mugidos y pío píos.

Así que aprovechó aquella oportunidad que se le presentaba: cogió el papel y escribió "tonto el que lo lea".

3 comentarios:

Katy dijo...

Muy bueno, ¿o sea tonta yo no? jajaja.
Vaya lio hasta que desenredé la madeja.
FIN
Besos

Maria dijo...

Seguro que FIN es fin???
Buen relato, aunque he tenido que releerlo para poder llegar al final y no estoy segura de que he llegado, jajajajaja
Un beso ingenioso.

Anónimo dijo...

Hola Natxlo!! Muy bueno!! Y si ese no era el fin, sino otra historia donde se sumergía? Mejor que siga así no soy la tonta que lo leyó, Jajaja
Besosssss